Hoy como novedad os dejo un cuento de un buen amigo,
¿lo recordáis?
os lo presente en una anterior entrada
CARLOS ORDENES PINCHIEIRA
Cuento.
EL SAPO ENAMORADO DEL CIELO
En aquella época el sapo no era amigo de las charcas: era un caminante empedernido, y todas las noches se quedaba contemplando las estrellas, las nubes, la luna, con sumo deleite.
Nada era más dulce para él que mirar el cielo: le alegraba su bellísima claridad, su color tan azul,
sobretodo en las noches primaverales.
A veces se queda horas y horas, cara al cielo, contemplándolo, extasiado. Eran muchas las veces que, sin darse cuenta se quedaba dormido en cualquier parte, al pie de una lechuiguilla o sobre las hierbas más pequeñas. Por más que trataba, no podía idear alguna manera para estar cada vez más cerca del cielo, como era su deseo.
Nunca nuestro amigo se preocupó para construir una casa, como la mayoría. ¿para qué? El dormía donde lo pillara la noche y, aparte de tener siempre dulces sueños, nunca tenía dificultades.
Envidiaba, eso sí, a las aves, un poco no más, claro está, pero envidia al fin: las aves por lo menos podían acercarse más a eso que tanto amaba: el cielo.
Una tarde, cansado ya de caminar de una parte a otra, se detuvo cerca de una gran charca. Estaba ya quedándose dormido, cuando sintió curiosidad por mirar el agua, mecida tan suavemente por la brisa. Se acercó más a la orilla y se quedó maravillado,asombradísimo. Por qué? Porque vio en el agua la copia exacta del cielo que tanto admiraba. ¡Qué lindo se veía! De manera que el agua tenía su propio cielo...
Impulsado entonces por su propio asombro, se acercó aún más y quiso tocar aunque fuera un solo pedacito celeste. Pero como era tan distraído, tropezón en una piedra y... praff!!!, cayó de cabeza
al agua...
Una vez sumergido y pasado el susto, sintió que una inmensa alegría se apoderaba de todo su ser. Con qué facilidad pudo deslizarse de un lado a otro, sin hacer esfuerzo alguno.
Antes le había tenido terror al agua y debido a eso andaba siempre con la cara sucia. Ahora el agua le
brindaba su cristalina amistad y, al mismo tiempo,lo inundaba de contento y dulzura.¡Qué bien se pasaba en el agua! Además estaba en el cielo, como siempre anhelara. ¿Qué más podía pedir?
Pensó en una casa. ¿Había sido tan flojo que no sabía como hacerla. Tuvo suerte, pues a poco nadar, encontró las más lindas plantas acuáticas y allí, entre raíces y hojas, instaló su lecho.
Poco a poco con las mismas plantas construyó una linda casa verde, suave y esponjosa. Ya no seguiría siendo un vagabundo, sin rumbo fijo, amando en vano la claridad de los cielos.
Ahora, gracias al agua, lo tenía todo.
EL SAPO ENAMORADO DEL CIELO
En aquella época el sapo no era amigo de las charcas: era un caminante empedernido, y todas las noches se quedaba contemplando las estrellas, las nubes, la luna, con sumo deleite.
Nada era más dulce para él que mirar el cielo: le alegraba su bellísima claridad, su color tan azul,
sobretodo en las noches primaverales.
A veces se queda horas y horas, cara al cielo, contemplándolo, extasiado. Eran muchas las veces que, sin darse cuenta se quedaba dormido en cualquier parte, al pie de una lechuiguilla o sobre las hierbas más pequeñas. Por más que trataba, no podía idear alguna manera para estar cada vez más cerca del cielo, como era su deseo.
Nunca nuestro amigo se preocupó para construir una casa, como la mayoría. ¿para qué? El dormía donde lo pillara la noche y, aparte de tener siempre dulces sueños, nunca tenía dificultades.
Envidiaba, eso sí, a las aves, un poco no más, claro está, pero envidia al fin: las aves por lo menos podían acercarse más a eso que tanto amaba: el cielo.
Una tarde, cansado ya de caminar de una parte a otra, se detuvo cerca de una gran charca. Estaba ya quedándose dormido, cuando sintió curiosidad por mirar el agua, mecida tan suavemente por la brisa. Se acercó más a la orilla y se quedó maravillado,asombradísimo. Por qué? Porque vio en el agua la copia exacta del cielo que tanto admiraba. ¡Qué lindo se veía! De manera que el agua tenía su propio cielo...
Impulsado entonces por su propio asombro, se acercó aún más y quiso tocar aunque fuera un solo pedacito celeste. Pero como era tan distraído, tropezón en una piedra y... praff!!!, cayó de cabeza
al agua...
Una vez sumergido y pasado el susto, sintió que una inmensa alegría se apoderaba de todo su ser. Con qué facilidad pudo deslizarse de un lado a otro, sin hacer esfuerzo alguno.
Antes le había tenido terror al agua y debido a eso andaba siempre con la cara sucia. Ahora el agua le
brindaba su cristalina amistad y, al mismo tiempo,lo inundaba de contento y dulzura.¡Qué bien se pasaba en el agua! Además estaba en el cielo, como siempre anhelara. ¿Qué más podía pedir?
Pensó en una casa. ¿Había sido tan flojo que no sabía como hacerla. Tuvo suerte, pues a poco nadar, encontró las más lindas plantas acuáticas y allí, entre raíces y hojas, instaló su lecho.
Poco a poco con las mismas plantas construyó una linda casa verde, suave y esponjosa. Ya no seguiría siendo un vagabundo, sin rumbo fijo, amando en vano la claridad de los cielos.
Ahora, gracias al agua, lo tenía todo.
Carlos Ordenes Pincheira
Un escritor que se desmenuza en varias formas literarias.
Todas buenas,
muchos éxitos Carlos
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