En un pueblo lejano de la India rodeado por completo de medio natural. Vivian felices como únicos habitantes, un matrimonio mayor, llevando una vida de lo más sencilla.
Se mantenían de la siembra de sus tierras y de unos pocos animales que cuidaban.
Un día llegaron al pueblo una pareja de mediana edad con intención de quedarse a vivir. Ni tan siquiera tuvieron la molestia de presentarse.
El matrimonio mayor al verlos se les acercó con intención de darles la bienvenida. Estos en un acto de orgullo les giraron la cara. Actitud que les extraño, ya que siendo ellos solos en el pueblo no venia mal unos vecinos.
El matrimonio mayor, incrédulos de tal reacción, se les quedaron mirando, mientras estos se adentraban en las casas que estaban vacías. Tras mucho mirar en unas y en otras. Vieron que se decidieron por la casa más grande del pueblo. En la cual se instalaron.
Ellos ante la imposibilidad de hacer nada y ante la situación generada, siguieron con su vida normal. Cuidaban sus tierras, su pequeño ganado, realizaban sus pequeñas o grandes conversaciones entre ambos, y a la tarde, el rato más esperado por los dos, ir a dar un paseo cogidos de la mano por los alrededores.
Después del paseo se sentaban a meditar frente al rio cercano a su casa. Lo cual les permitía mantenerse serenos, felices, y claros.
A los pocos días de la llegada del matrimonio. En su paseo diario, escucharon chillidos provenientes de la casa grande. Parecía ser que en la casa del matrimonio no había un ambiente demasiado armonioso.
Un día, Sonia, que así se llamaba la mujer del matrimonio mayor fue a lavar una poca ropa al rio, encontrándose allí con su vecina. En un acto de educación le dio los buenos días, a lo que ella le contesto en tono altivo,
-No se le ocurra lavar su ropa sucia cerca de la mía.
-No se preocupe, el rio es muy grande y hay sitio para las dos. Contesto sorprendida de tal respuesta.
Sonia, observo a la mujer. Estaba muy delgada, a la vez, que su rostro, estaba tenso, con gesto malhumorado.
Cuando estaban terminando, paso por el camino cercano al rio un joven con dos rosales, uno de color rojo y otro de color blanco. El cual se acerco a saludarlas.
-Hola, buenos días.
-Buenos días contesto, Sonia
La otra mujer siguió con su manera de proceder. Prácticamente ni lo miro.
El joven miro a Sonia, diciéndole, "La amargura de la hiedra se queda dentro, amargando el espíritu y la vida".
Sonia, escucho y callo con gesto triste.
Mirad, llevo dos rosales, ¿cual queréis?
Sonia enseguida contesto,
-No por favor, te lo agradezco, pero no, son tuyos.
-Os los ofrezco con sumo gusto. Contesto el joven.
La vecina al oír lo que hablaban los dos, enseguida comunico con tono alto…
- A mí me das el rosal rojo.
-Bueno, aquí lo tienes.
La mujer enseguida lo cogió con sus dos manos, sin dar ni tan siquiera las gracias.
El muchacho a continuación le entrego el blanco a Sonia.
Sonia al ver que el muchacho se lo ofrecía de buena gana, lo cogió, no sin antes darle las gracias, observando la belleza de las rosas.
El joven continúo...
- Tenéis que plantarlo a la entrada de vuestro hogar para que os aporte bienestar y felicidad.
Bien, contesto Sonia. Así será.
La otra mujer prosiguiendo con su actitud dijo en tono altivo,
Bienestar y felicidad, tonterías...
El joven observando a la mujer se alejo, deseándoles buena vida.
Cada tarde Sonia y su marido al terminar la meditación que realizaban cada día, se dedicaban a cuidar el rosal.
En poco tiempo había echado muchas y hermosas rosas. Lo observaban relajadamente, fijándose en cada hoja, en cada flor. Estaba realmente hermoso, sano. Al mirarlo, les trasmitía una paz inigualable, a la vez que su aroma se mezclaba entre ambos, llegándoles a todo su ser, aportándoles una serenidad y amor en todo su entorno.
El rosal rojo que también estaba colocado delante de la casa del otro matrimonio se había convertido en un rosal negro, con hojas quebradizas. Sus espinas, habían crecido tanto, que impedían la entrada a la casa, lo cual, extraño mucho a Sonia y su marido.
Hacia días que no veían a sus vecinos, ni tampoco los oían, hasta tal punto, que llegaron a preocuparse.
Estaban decidiendo intentar acercarse a su casa, para ver si los podían ver, cuando alguien pico a su puerta. Se miraron y decidieron abrir, encontrándose en la entrada al joven del camino.
-Hola que tal, dijo Sonia, no pensaba que te fuera a volver a ver.
-Pues ya ve, pasaba cerca de aquí y decidí ver que tal iban las cosas por aquí. Ya veo lo hermoso que está tu rosal.
-Si, está realmente bonito. Nos pasamos ratos mirándolo. Nos aporta un maravilloso bienestar, su belleza, su aroma...
-¿Lo conoces?, le pregunto su marido.
-Si, es el joven que me regalo el rosal.
-Pasa y tomamos un té. Le dijo Sonia
-No, gracias, he de proseguir mi camino, se me hace tarde.
Observo, que el rosal rojo no está. Comento el muchacho.
-Si, si que esta. Es el de la entrada de la casa grande. Contesto el marido atento a la conversación que mantenía su esposa con el muchacho.
-Allí no hay ningún rosal. Solo he visto una zarza enorme. Contesto el joven.
-Bueno. Aunque parezca fuera de lo común, ese es el rosal rojo. Prosiguió Sonia.
-Mala señal. Apunto el caminante.
-Estábamos pensando ir a ver los vecinos, pues hace días que no los vemos, ni tan siquiera se escuchan. Comento el marido de Sonia.
- Pues vamos, si quieren los acompaño. Así veo que es lo que ha podido pasar con el rosal. Es extraño, muy extraño. Dijo el muchacho.
Se dirigieron los tres hacia la casa. Las espinas del rosal la habían rodeado de tal manera que no encontraban un lugar por donde poder entrar.
Sonia y el joven agarraron las espinas con cuidado, para no pincharse y intentar hacer una entrada delante de la puerta.
Cual sería su sorpresa al ver, que en el momento de rozar con sus manos las espinas, estas desaparecieron, saliendo de ellas unas rosas rojas grandes y hermosas, dejándoles paso para poder entrar a la vivienda.
Abrieron la puerta sin ningún esfuerzo, encontrándose dentro, alimentos en estado de putrefacción, grandes cantidades de ellos.
Se dirigieron a la parte de arriba encontrándose a la mujer encima de una cama y en la habitación de enfrente se hallaba su marido recostado en una silla.
En su rostro predominaba un gesto de horror, con tono negruzco y sin vida.
Al observarlos se horrorizaron a la vez que se entristecieron. Enseguida comprendieron.
Cerraron ambas puertas y se alejaron del lugar.
El muchacho les explico que la avaricia, la maldad, el egoísmo que desprendían se había apoderado de ellos y de su entorno, quitándoles la posibilidad de ser felices y hasta su propia vida.
Sin embargo, Sonia y su pareja con poco eran muy felices. Haciendo que todo lo que les rodeaba desprendiera belleza, amor, prosperidad y felicidad.
El muchacho siguió con su deducción.
Tus vecinos se envenenaron ellos mismos. Incapaces de sentir ni de dar amor. Eso les ha llevado a su propia muerte. Muerte amarga con dolor y sufrimiento envueltos en su maldad impregnando todo su entorno.
Vosotros sin embargo, con amor y vuestra felicidad, lo poco que tengáis, lo haréis mucho y hermoso. Les dijo el joven.
Despidiéndose del matrimonio, volvió a coger su camino impregnado de algo realmente poderoso.
EL AMOR que irradiaba la pareja y eso se lo llevo dentro de su espíritu. Alejándose con una gratificante sonrisa y bienestar en su persona.
Comentarios
Espero sea de tu agrado, que lo sera de eso estoy segura, que tengas tambien una hermosa semana que empieza y muchas gracias.