Parece ser que el merecimiento obra,
que nos quedamos con todo lo pasado,
que avanzamos sin darnos cuenta.
Sin lo realizado y sentido.
Una mirada ajena qué nos mira,
un paradigma en nuestras vidas,
que no sabemos adonde vamos,
o cual camino tomamos.
Sabemos lo del momento,
sin ser conscientes de lo que acarrea,
caminamos, sí, a veces obligados,
otras veces, anquilosados,
y al fín fluidos. Sí, tambien podemos hacerlo.
Es la vida un concierto de sintonías,
que nos van poniendo en nuestro sitio,
observando, y observantes de los sucesos,
de lo que nuestro cuerpo siente,
pero, no paramos,
a ver...
Lo qué sentimos.
Un sentimiento, tras otro, que nos lleva,
a una vida sin miramientos,
mirándola por fin, con los años, libres ya de toda atadura,
desatados de lo atado,
porque todos nos llevamos lo acarreado. Sí, lo acarreado.
Por la vida, es un sinfín de sinfonías, sincrónicas, y a destajo,
muchas veces dando, más de lo necesario,
muchas veces innecesario, pues quien lo recibe, no tiene merecimiento,
sin embargo, damos.
Y ahí, con el paso de los años, descubrimos,
que dimos, nos dieron,
y sómos nosotros los culpables,
por dar más de la cuenta,
por recibir ingratitud, y seguir donando,
y así, nos distanciamos... del ingrato,
nos unimos a lo más esencial,
porque es lo verdaderamente cierto, somos parte existencial,
sin esta cualidad nada existe,
un acto, el acto de la vida.
Por Montse Cobas.
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