Es la Llama de la Vida, esa que ésta encendida y consume todo lo anómalo, sin dejar que ésta se corrompa, crece y crece para conseguirlo, limpia y pura, transformando toda alteración energética del cuerpo físico cuándo se enfada, cuándo le envían oscuridad, cuándo llora o se lo aguanta, cuándo piensa en negativo, cuándo calla sin diluir lo callado.
Es la Llama de la Vida la qué consiente la existencia, mantenerla viva, engrandecida es nuestro cometido, sin dejar qué se opaque por la sombra de la ida, esa, que se ve oscura, qué la tapa, qué crece poco a poco sino se transmuta o reduce, obligando-la al final a salir del cuerpo qué la cobijo, hiendo en busca de su verdadero hogar, allí dónde todas o casi todas van, a asentarse, a la espera de un nuevo episodio en la existencia de Ellas.
Sin recuerdo, sin vilo.
Por Montse Cobas.
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